Vidas, guiones; guiones y filmes. Protagonistas somos de películas vitales...
Humanos, y/o humanoides, las estrellas del filme, quizás repentinamente dejados llevar por una alucinación repleta de canciones que componen la propia banda sonora, y de escenas dignas de premio Oscar, de un cuento de hadas.
O de suspenso, o espanto. Además, sumando a la mezcla, la voluntad, el tomar decisiones, el querer realizar sueños, el darse cuenta.
Coger el timón de la vida, y que te importe. Y que te importe un carajo situaciones que no valen la pena, y que no hacen crecer a nadie. Que no nos ericen ningún pelo.
Y así, nos encontramos todos inmersos en una infinita red, y futuras redes, que marcarán nuestras pautas durante mucho tiempo. Re-creamos día tras día nuestra realidad; actuamos, engañamos y nos sinceramos. Lloramos, reímos a carcajadas, y ciclos que parten de nuevo, perpetuamente. Y los detalles de nuestro mundo cambian y mucho. Y dónde quedó la película propia?
Aquí precisamente…
Aquella película de mí vida y de nuestra vida. Entrelazadas con películas de muchos otros, complejizando aun más la abstrusa maraña de las interacciones humanas. Esa película, del actor principal, los de reparto y los extras. Esos cómplices, en-red-dados con miles de circunstancias concertadas a guiar y consumar un suceso inevitable en la vida del protagonista. Buenos, malos, trágicos, cómicos. Y como extras siempre tienden a ser olvidados; y también, el olvidarnos de nosotros mismos como cómplices, como solamente uno más, en las películas de otras vidas protagonistas.
La constante fluctuación entre el anonimato y la trascendencia. Y vaya que tienen a veces esos cómplices...
A la amable camarera, que en un café me dice intempestiva y sigilosamente: “vas bien…suerte!”, al intentar conquistar a alguna mujer del pasado…
Al empático hincha desconocido que puteó conmigo, cuando nuestro equipo mostraba cada vez menos sangre en el cuerpo.
Al viejo gurú evangélico que alguna vez predicaba y vociferaba sin que nadie lo escuchara, en un estacionamiento semi-vacío…
A la señora empapada en sudor, que le ofreciste el asiento de la micro, y te regaló un rosario.
Al empleado de banco que rechaza cheques por firmas chuecas.
A la mujer del metro, que mira fijamente tus ojos vergonzosos.
Al barman de turno, que pasa la enésima botella, mientras vomitas penas de amor.
A la gitana del parque, que lee la suerte y tira escupos a granel.
Al locutor de la radio donde mandas un ebrio saludo a una chiquilla.
A las hojas de otoño, señalando pronta caducación.
Al llanto de alguien escondido en la oscuridad, al compás de la música de la llovizna.
A los novios que ves salir de una iglesia que saludan agradeciendo los parabienes.
Al chofer de la micro, que aún se rehúsa a parar donde se le plazca.
A los vecinos, desconocidos, pero conocidos…
Terminé dirigiéndome a mí mismo. De ciclos, actores y seres.
Pura vida, pura película. Los extras, esos símbolos cómplices que guiaron circunstancias de mi vida. Los que de uno en uno van (re)componiendo percepciones, sensaciones, recuerdos y acciones futuras. Que son los granos de arena de nuestro andar por la vida, de nuestro actuar en el film.
Pequeñas intervenciones, y sin duda a veces grandes cambios. Y recuerdos, emociones y más acciones.
Gracias a ustedes. Por ayudarme a mantener la incertidumbre; a vencer las señales rutinarias.
Nos leemos.