Casi como un forzado verso en el atribulado discurso cotidiano, con problemas y tormentos al acecho. Listos para atacar al alma, una vez más.
Las gotas se tornaban violentas, amenazantes.
Me mostraban una vez más una inequívoca señal de dificultades. A veces de desamparo. Siempre con pensamientos, que señalaban túneles sin salidas.
Y dolía.
Muchas veces cuando el vértigo de la tormenta acompañaba dudas, penas y corazones sombríos. Perdiéndose en ingentes raccontos que consumían la energía casi sin darme cuenta; con imágenes cargadas de furtivas sombras que se apoderaban de mi espíritu, cribado por las gotas y el viento.
Recordando…dolía.
Mientras escribo esto llueve.
Llueve fuerte. Se oye el ímpetu de los goterones y del viento que sopla cada vez más fuerte.
Uno que otro trueno a la distancia. Tal vez la noche más invernal de Santiago.
El frío es intenso.
Sólo la lluvia de testigo.
Quizás testigo de un pequeño renacer.
De que escuchar la lluvia por la ventana ya no provoca nostalgia ni dolor.
El renacer, de que ya las gotas no acribillan, sino que lavan. Deslizándose, placenteras. Golpean y acarician. Salvan y sanan. De que el momento de la lluvia está hecho para disfrutarlo. Momentos, solo momentos.
Que las gotas que caen inspiren cada paso, cada acto, cada sonrisa. De correr, mojarse y vivir.
Y luego dejarse llevar por el ciclo; de la hermosura de la cordillera nevada. Con un sol que vuelve a salir nutriendo al espíritu de energía para seguir. Aguardar las nubes.
Y esperar otra lluvia de sonrisas.
Sin más dolor.